lunes, 16 de febrero de 2015

jesuitas misiones en america

MISIONES JESUÍTICAS: La Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola y confirmada por el Papa en 1540, formó una clase de misioneros tan especial, que pronto se destacó entre todas las órdenes. La rigurosa preparación y disciplina de sus miembros, el orden jerárquico existente entre ellos y los profundos estudios a que se dedicaban, tanto en las ciencias teológicas como en las ciencias exactas y naturales, prepararon a un conjunto de hombres que en pocos anos se destacaron en los territorios donde desarrollaban su misión: Asia, África y América. En el Nuevo Continente extendieron su acción desde Canadá y Alaska hasta el Brasil y la Patagonia.
La Corona española consideró suficiente el número de misioneros que trabajaban en América, por eso retardó la autorización a los jesuitas, que no ingresaron sino hasta la segunda mitad del siglo XVI. Se destacaron, en las ciudades pobladas por españoles, a causa de la fundación de colegios y universidades y, en las zonas selváticas y apartadas, por la evangelización de los indios.

INTRODUCCIÓN
: La labor evangelizadora de los jesuitas en América se extendió desde 1585 hasta su expulsión en 1767 y su actuación en el escenario rioplatense se extendió geográficamente desde el Pilcomayo hasta Tierra del Fuego y desde el estuario del Río de la Plata hasta la cordillera de los Andes.Según los reglamentos de la Compañía de Jesús, el general de la orden nombraba a los provinciales, cuya función era organizar y dirigir las tareas misionales y controlar el desempeño de los miembros de la orden en sus respectivas provincias.
En mas de una oportunidad se dijo que los jesuitas fueron: viajeros infatigables que abrieron a las ciencias un amplio campo para sus exploraciones y la geografía, la lingüística, la botánica y la historia de América no fueron ajenas a sus intereses. Fueron también grandes fundadores de ciudades y pueblos y una de las congregaciones que más contribuyó al progreso y adelanto de la región de la  selva misionera y del noroeste argentino.
Muchas de las fundadas en aquellos años, existen en la actualidad: Lo-reto, San Javier y Santa María la Mayor, cuna de! arte tipográfico nacional; San Ignacio, Corpus, Santa Ana, centros importantes de producción de la yerba mate.
Los jesuitas fueron, por lo general, hombres de más que mediana cultura y provenientes de diversas regiones de Europa: españoles, italianos, alemanes, franceses, ingleses y hasta griegos, todos ellos enriquecieron y aportaron a la civilización de acuerdo con su país de origen e incorporaron la tecnología de su tiempo a la agricultura y a la medicina, entre otras cosas.
El padre Joaquín Camaño, concibió en el siglo XVIII la conveniencia de realizar una enciclopedia etnográfica argentina y a tal efecto reunió abundante materia! persona! y de varios misioneros (los padres Manuel Canelas, Juan Andreu, Román Artro, Antonio Moxi, Roque Gorostiza) que describieron y conservaron datos que se encuentran hoy día en los archivos italianos y españoles.
Los jesuitas en el Río de la Plata: Brasil fue la primera provincia jesuítica de América del Sur; estaba a cargo del padre Nóbrega, a quien algunos pobladores de Asunción pidieron el envío de misioneros, pero el gobernador portugués se opuso.
El problema fue estudiado por el secretario del padre Loyola y por el Consejo de Indias; éste último, en virtud del derecho de Patronato, decidió que el envío de los sacerdotes debía contar con la expresa autorización de la Corona. Para evitar mayores conflictos, Felipe II, que desde 1580 era también rey de Portugal, ordenó la separación de las misiones españolas y portuguesas. Por ese motivo, el general jesuita decretó que la región del Río de la Plata dependiera del Perú.
Los primeros misioneros llegaron al Tucumán en 1585 procedentes del Perú; dos años después arribó un grupo procedente del Brasil. Los dos grupos fueron pedidos por el obispo de Tucumán, Francisco de Vitoria.
Cuando llegó el decreto de separación, el Provincial de Brasil regresó a su jurisdicción y quedaron’ en el Tucumán tres sacerdotes que fueron designados para trasladarse a Asunción. Como la provincia jesuita del Perú era demasiado extensa, el Provincial envió a España al Padre Diego de Torres con la propuesta de dividir en dos la región. En 1607 quedó fundada la provincia jesuítica del Paraguay, que abarcaba los actuales territorios de la Argentina, Paraguay, Uruguay, la mayor parte de Chile, el sur de Bolivia y Brasil. Su primer Provincial fue el Padre Torres. En 1625, Chile fue separada.
Los jesuitas dependían de la generosidad de los pobladores españoles para su subsistencia. El Padre Torres recibió del General de la orden la recomendación de no permitir el servicio personal de indios en encomienda. Por su defensa de los indígenas, los misioneros estuvieron expuestos a peligros y sufrieron la enemistad de os encomenderos, quienes les quitaron su ayuda económica. Por esta razón y para asegurar la subsistencia, el Padre Torres fundo una estancia en Córdoba, con cuyas rentas y algunas donaciones, los jesuitas pudieron fundar colegios en casi todas las ciudades importantes.
Hernandarias, primer criollo que ejerció el gobierno del Río de la Plata seis veces (entre 1592 y 1617), proyectó desde Asunción el dominio de la región sudeste hasta llegar al mar y fundar un puerto en Santa Catalina. Se dio cuenta pronto de la importancia que tenía la presencia de los misioneros para cumplir ese objetivo.
Después de inspeccionar las reducciones franciscanas del Padre Bolaños, Hernandarias resolv, junto con el obispo, pedir al Padre Torres el envío de misioneros a las zonas del Chaco, el Guayrá y el Paraná. Se acordó que cada misionero recibiría medio sueldo de un párroco. Se estableció también que los indígenas reducidos no serían obligados al servicio personal ni pagarían tributo durante los primeros diez años después de su conversión.
En 1609 se inició la fundación de reducciones jesuíticas. Los intentos realizados en el Chaco entre los guaycurúes fracasaron porque no practicaban la agricultura. En cambio, entre los guaraníes que sí la conocían, los jesuitas pudieron organizar sus poblaciones. La primera fue San Ignacio Guazú, a fines de 1609, a la que siguieron Encarnación de Itapúa, Concepción, San Nicolás, San Javier y Yapeyú. Más al norte, en el Guayrá, se fundaron otros pueblos gracias al esfuerzo del Padre Antonio Ruiz de Montoya, pero fueron atacados por los paulistas, que destruyeron varios y llevaron cautivos a muchos indios. Esta situación obligó a trasladar las reducciones más al sur.
ACCIÓN Y MÉTODO:
Si por civilización entendemos el predominio del espíritu sobre la materia, el amor a lo noble y grande sobre las tendencias bajas y viles, la vida tranquila, laboriosa y familiar, la mezcla de placer y abnegación, de sport y de trabajo, de paz interna y de sociabilidad sin envidias, rencores, persecuciones y odios, no cabe la menor duda que pocas veces ha contemplado la historia una civilización tan genuina y duradera como la que desde 1610 hasta 1768 existió en los pueblos de guaraníes.
Sea cual fuere la fuerza que se quiera dar al vocablo “civilización”, cierto es que los jesuitas realizaron el portentoso hecho de reunir y conservar sin coacción alguna 100 000 salvajes, y eso durante mas de centuria y media y no obstante las invasiones de los paulistas, las insidias de los españoles, las pestes continuas y la natural indolencia e inconstancia de los indígenas, los “eternos niños” de corta capacidad intelectual, de sensibilidad femenina, de suspicacias profundas y desarraigables.
Más que la organización fue el método lo que dio el triunfo a .los jesuitas en los pueblos guaraníes. En cuanto a organización, en poco o nada se diferenciaban de los pueblos fundados por franciscanos y capuchinos y otros religiosos, así en California, en Sonora, en Quinto, en el Amazonas, entre los Mojos y entre los Chibdas. Unos y otros pueblos se basaban en la legislación colonial española como recientemente ha demostrado el profesor O.Quelle, de Berlín, y con anterioridad había expuesto extensamente el P. Pablo Hernández. Los que hablan de “imperio jesuítico” del Paraguay muestran un desconocimiento absoluto de la realidad histórica.
Sobre líneas comunes a otras pueblos y en conformidad con las prescripciones reales organizaron los jesuitas rioplatenses sus pueblos indígenas. Es indiscutible que contaron con un elemento indígena menos reacio, más maleable, que el de otras regiones de América. También pudieron conservar los pueblos más aislados del elemento europeo, generalmente entorpecedor y hasta maleante.
En tercer término, los pueblos estaban rodeados de campos aptísimos para la agricultura y ganadería, y tenían en abundancia agua potable y leña, pero todas estas ventajas habrían sido poco menos que inútiles si de parte de los misioneros no hubiera habido un gran talento de adaptación, una norma fija y común en todos los pueblos y al través de los años, una vida intensamente sacerdotal y un espíritu de amplísimo sacrificio.
Notemos que desde sus comienzos fue abiertamente internacional el personal jesuítico que fundó primero y llevó después a todo su esplendor los pueblos misioneros. Jesuitas españoles (Lorenzana, Saloni, Torres, Romero, etc.), criollos (beato González, Ruiz de Montoya), portugueses (Grifi, Ortega, etc.) y británicos (Field) inician aquellos pueblos, y son españoles (peninsulares y criollos), italianos, belgas y sobre todo alemanes los que más habrían de contribuir al engrandecimiento de los mismos. La influencia alemana desde principios del siglo XVIII fue universal y profunda, sobre todo en la mecánica, en la agricultura, y en las artes.
Extraído de Furlong Cardiff, Guillermo S. j.), Misiones Jesuíticas. (En: Historia de la Nación Argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1955, vol. 3, pp. 392-394.1
Organización de las reducciones:
El trazado de los pueblos era similar entre sí: una plaza en el centro, a un lado la iglesia la casa de los sacerdotes, escuelas, talleres, depósitos, las casas de las viudas y huérfanos y, en los demás lados, las casas de los indígenas, de ladrillo o piedra, con techo de dos aguas que cubría las aceras.
El gobierno de cada reducción estaba a cargo de un corregidor indio, nombrado por el gobernador después de consultar a los misioneros, y un cabildo, formado de la misma manera que los de las ciudades españolas y compuesto también por indígenas. Estas autoridades no podían aplicar castigos sin consultar a los padres jesuitas. Los españoles no tenían ninguna participación en dicho gobierno; se trataba de evitar con esta medida los abusos que frecuentemente se cometían. Les estaba prohibido residir en las reducciones, pero podían ser alojados si estaban de paso. La justicia era ejercida por los misioneros que aplicaban, por lo general, castigos de azotes.
Los dos sacerdotes que estaban al frente de cada pueblo se encargaban del gobierno espiritual y la organización de la vida indígena. Las tareas diarias comenzaban y terminaban con oraciones y cantos. La base de la instrucción fue el catecismo. Las fiestas religiosas eran celebradas con particular entusiasmo y realce.
Economía:
Los jesuitas no cambiaron radicalmente los usos indígenas, sino que los canalizaron para darles un nuevo sentido. Reconocieron la importancia de los caciques, a los que dieron una situación de privilegio entre los suyos. Reunieron varios cacicazgos en un solo pueblo y fomentaron la antigua solidaridad tribal con el nuevo impulso religioso. Dicha solidaridad se manifestó en todos los aspectos de la vida, tanto en la organización interna como en la defensa contra sus enemigos: los encomenderos y los mamelucos paulistas.
La tutela ejercida por los jesuitas sobre sus gobernados tenía como finalidad que los indios aprendieran a hacer correcto uso de su libertad y de sus bienes. En la organización económica, coexistía el sistema mixto de propiedad privada —abambaé—. y propiedad común —tupambaé—.
Para proveer al sustento de cada familia se le daba en propiedad una parcela de tierra, los instrumentos de labranza, las herramientas para artesanías y las armas para cazar y pescar. La cosecha, de la cual los indios eran totalmente dueños, se guardaba en graneros y les era suministrada periódicamente para evitar que la malgastaran.
La propiedad común, también llamada “propiedad de Dios”, era de extensión similar a las propiedades privadas en conjunto. Los indios tenían obligación de trabajarla dos o tres días por semana.
Con el producto obtenido pagaban el tributo al rey, compraban las herramientas y materiales necesarios, mantenían a viudas, huérfanos y enfermos, construían iglesias y talleres y atendían a las comunicaciones y la defensa.
La ganadería, dirigida por los misioneros, servía para alimento, transporte y vestimenta. La lana era repartida y tejida por las nativas; los bueyes eran prestados a las familias para que los campos fueran arados. Realizaban el comercio por trueque entre los diversos pueblos y con los colegios jesuitas de Asunción, Santa Fe y Buenos Aires; en estos últimos las transacciones eran supervisadas por un procurador.
En 1599 los jesuitas se establecieron en Córdoba. En esta zona tuvieron tres estancias, destinadas a mantener la Universidad: Jesús María, Santa Catalina y Alta Gracia. Esta última —cuyo nombre proviene de un santuario de Extremadura— se caracterizó por la construcción de “El Tajamar’, lago artificial cuya agua era utilizada pera los regados. Esta estancia constaba de potreros, talleres de carpintería, herraría, dos horma pera construcción de ladrillos, telares y una fundición, la única que tuvieron estos religiosos
La Cultura:
Los niños aprendían, junto con la doctrina, letras y ciencias. A los hijos de caciques y principales les enseñaban la lengua española y el latín; además, se los preparaba para os puestos dirigentes. (ver Historia de la Educación en Argentina)
Los padres jesuitas enseñaban música y artes plásticas; los indígenas elegían oficio según sus aptitudes. Fueron hábiles escultores y pintores; hicieron todo tipo de tallas religiosas; muebles y puertas que aún se conservan. Fabricaron instrumentos musicales, aparatos y relojes; trabajaron los metales y el hierro forjado; hicieron adornos y objetos de plata. Su obra más destacada fue la impresión de libros en sus propias imprentas a partir de 1700, mucho antes que en las ciudades españolas del Río de la Plata. El primer libro publicado fue Martirologio romano; también se imprimieron catecismos, tablas astronómicas, calendarios y obras religiosas.
EXPRESIONES CULTURALES SOBRESALIENTES:
La obra civilizadora llevada a cabo en las Misiones, fue integral y en conformidad con la idiosincrasia de los Guaraníes. No sólo se atendió a lo esencialmente religioso y a lo material, sino que el fomento de la cultura general fue siempre tenido en cuenta.
Además de la educación escolar y la instrucción sobre las diversas técnicas de trabajo, la enseñanza de las artes ocupaba un lugar importante dentro de las actividades. Lo realizado como manifestación artística no era vendido sino que se destinaba a la decoración de los pueblos.
Florecieron la arquitectura, la escultura en piedra y madera, la pintura, el dorado, destinados a realzar la belleza de sus iglesias y de las ceremonias litúrgicas.
La música, para la cual estaban especialmente dotados los Guaraníes, ocupó un lugar de privilegio en la vida de las Reducciones. Tanto en el canto coral a varias voces como en la interpretación de música instrumental, se destacaron notablemente. En Yapeyú, el Padre Antonio Sepp creó un verdadero centro de educación musical cuya fama se extendió por todo el Río de la Plata. Además, fabricaron en sus talleres, todo tipo de instrumentos musicales, incluso órgano.
Otra notable realización cultural de los Jesuitas fue la creación de la primera imprenta en estas regiones.
En ella se publicaron numerosas obras, desde diccionarios castellano-guaraní, hasta obras de los propios indígenas tales como los libros de Nicolás Yapuguay.
En el año 1700, sesenta y cinco antes que en Córdoba y ochenta antes que en Buenos Aires, los pueblos misioneros poseyeron prensa tipográfica con la particularidad de que, si bien algunos moldes fueron traídos de España, otros fueron fabricados en los talleres propios. Y la tinta también fue elaborada por los indígenas. Todo ello se llevó a cabo en la Reducción de Loreto bajo la dirección de los Jesuitas Juan Bautista Neumann y José Serrano. Estos Padres fueron, pues, los fundadores del arte tipográfico en nuestras tierras.
El primer libro impreso fue el "Martirologio Romano" y en 1705 el libro del P. Eusebio Nieremberg "De la dilerencia entre lo temporal y eterno". El pie de imprenta indica su procedencia guaranítica. Contiene (37 viñetas, xilografiadas en su mayor parte, y 43 láminas. Se publicaron además, libritos de efemérides, calendarios, tablas astronómicas, curso de planetas y diversas obras de piedad.
El poseer buenas bibliotecas fue otra preocupación de los Misioneros. Cada pueblo contaba con la suya.
La de Santa María la Mayor contenía 445 volúmenes; la de los Santos Mártires, 382; la de Nuestra Señora de Loreto, 315; la de Corpus Christi, 460; la de Candelaria, asiento oficial de los Superiores Jesuitas, atesoraba 4.725 volúmenes.
También tuvieron las Reducciones, en San Cosme y Damián, un Observatorio Astronómico levantado por el P. Buenaventura Suárez, criollo oriundo de Santa Fe.
Entre 1703 y 1739 trabajó solo con sus indígenas construyendo diversos aparatos como telescopios, un péndulo astronómico con índice de minutos y segundos, un cuadrante astronómico con los grados divididos de minuto en minuto.
Con estos escasos elementos compuso su "Lunario" (1739) que alcanzó gran repercusión en América y Europa. A partir de ese momento, contó con aparatos traídos de Europa, pues sus Superiores, al comprender la importancia de sus investigaciones, lo apoyaron.
Cabe señalar que, si bien este libro fue publicado en Europa, el P. Suárez se valió de la imprenta misionera para divulgar varios temas referidos a sus estudios. El prestigio científico de este Misionero, que tenía correspondencia con colegas de distintas partes del mundo, llegó hasta Vargentin y Celsius, quienes reprodujeron sus observaciones astronómicas en los "Anales" de la Universidad de Upsala.
Problemas exteriores; expulsión de los jesuitas (ver Tratado de Permuta)
Desde su instalación, las reducciones sufrieron los ataques de los bandeirantes que hacían correrías con el fin de apoderarse de riquezas y capturar indios para vender en los mercados de esclavos de las ciudades brasileñas. Esta situación obligó, desde 1629, al traslado de los pueblos del Guayrá hacia el oeste.
Los ataques no cesaron, por lo que los jesuitas comenzaron a enseñar a los indios el uso de armas de fuego y organizaron la defensa de las misiones; por ese motivo entraron muchas veces en conflicto con las autoridades españolas.
Fue difícil regular las relaciones entre los territorios españoles y portugueses en América mientras las dos Coronas se mantuvieron unidas. A partir de su separación en 1640, fueron las misiones guaraníes las que resguardaron la frontera y alertaron a las autoridades españolas. La firme defensa en la zona del alto Paraná y Uruguay hizo que la expansión portuguesa se dirigiera hacia el noroeste y hacia el sur, atraída a esta última región por la abundancia de ganado cimarrón.
Los jesuitas avisaron al gobierno de Buenos Aires sobre el plan portugués de establecer poblaciones en la Banda Oriental y en el Río de la Plata; este hecho se concretó en 1680 con la fundación de la Colonia del Sacramento.De allí en más, fue continua la presencia de contingentes indígenas de las misiones en todas las peripecias del largo conflicto con los portugueses en el Río de la Plata, que desembocó en la guerra guaranítica entre 1553 y 1556.
La administración de las misiones pasó a otras órdenes religiosas. Los indígenas no se adecuaron a los cambios, y comenzó una lenta decadencia acentuada por los problemas de frontera. Para la administración de los bienes confiscados a la Compañía de Jesús, se creó una Junta de Temporalidades.
PARA SABER MAS...
RECURSOS DE LA PRODUCCIÓN

Para pagar los tributos de los indios y las necesidades generales del pueblo, el recurso principal era la explotación de la yerba mate. Acabado el tiempo de las sementeras, cada cura mandaba indios a la faena de la yerba, con provisión bastante de charque y maíz. Iban en balsas ("itapá") hechas con dos canoas amarradas. Cada uno debía traer su cosecha en dos sacos, hechos con sendos cueros vacunos, y se le pagaba en especies, según el peso. Otro recurso provechoso era el lienzo de algodón. Dos veces por semana las mujeres recibían del alcalde media libra de algodón y lo devolvían hilado en un ovillo que, eliminada la semilla, debía pesar dos tercios menos. En previsión de fraudes, el alcalde metía en el ovillo una cañita con el nombre de la india, antes de entregar sus cuatro arrobas por pieza al tejedor. Si éste encontraba en el medio alguna piedra o barro, denunciaba el caso y, por la cañita, se sabía quién era la culpable.
Algunos otros pueblos producían tabaco de hoja y azúcar. Anualmente cada pueblo enviaba sus excedentes, en varias balsas, a Santa Fe o Buenos Aires, donde los padres procuradores de la Compañía trocaban aquellos productos por otros que el cura de la misión solicitaba ¡cuchillos, cascabeles, pólvora, escopetas, seda para el atuendo de los cabildantes, hierro, etc.), y se los remitían en arcas bajo llave.
RÉGIMEN DE VIDA
Anualmente los indios recibían un equipo nuevo de ropa. Sus vestidos eran de algodón, de color pardo, y consistían en una larga camisa, calzoncillos, ceñidor, escapulario y poncho (Stroebel, 1729). Iban descalzos y con el cabello corto. Las mujeres usaban un largo ropón que les llegaba a los pies, llamado "tipoy".
Cuenta Peramás (1768) que cada día, luego que salían de misa, se les repartía la ración alimenticia a cada familia, y después cada uno iba a su trabajo, en procesión, con cánticos y músicas; "de manera que, el día de fiesta y de trabajo, no teñían ni una hora que no estuviese arreglada a alguna distribución, y todos, pequeños y grandes, trabajaban según su estado, edad, sexo y oficio".
Si iban "a la yerba", o de viaje a llevar mercaderías, partían llevando con ellos la imagen de un santo, cantando coplas devotas, y ejecutando marchas, minuetos y fugas a dúo, al son de flautas y tamboriles.
Besaban la mano del cura llamándole "Cherubaí" (Padre mío), y éste los dirigía como a niños infundiéndoles intensa devoción. "Cuando vamos a confesar —cuenta Cardiel— siempre llevamos una cestilla llena de tablillas, con un letrero en cada una, grabado a fuego, que dice Confesó. Ésta se da por un agujero del confesonario a cada uno que recibe la absolución, para que pueda comulgar. Cuando se ponen en el comulgatorio, va el sacristán con un plato recogiendo las tablillas de todos; y al que no la trae le echa de allí".
Para que no tomaran mal ejemplo de los españoles, no se les permitía a éstos permanecer más de tres días en las misiones, ni a los guaraníes se les enseñaba el idioma castellano (Peramás).
LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
En las misiones se tenia especial cuidado en la educación de los niños, desde los siete años. Antes del amanecer salían los alcaldes, acompañados de los tamborileros, a despertar a ¡a población, e iban liando voces: "Hermanos, ¡ya es hora de que os levantéis! ¡Enviad a vuestros hijos e hijas a reverenciar a Dios y al trabajo cotidiano! No seáis flojos ni remisos. ¡Ea! ¡Despertadlos presto y despachadlos...!"
Los niños y las niñas se congregaban "bien apartados unos de otros, y nunca se juntaban en función alguna", así como hombres y mujeres. Fuera de las prácticas religiosas, unos iban a la escuela de leer y escribir, otros a la de música y danzas; los de más allá como aprendices, n ayudar a los tejedores, pintores, estatuarios y demás oficiales; "y ludo:; los restantes, que son los más, al trabajo del campo; los muchachos por un lado y las muchachas por otro, todos con sus alcaldes con u azote a la cinta para gobernarlos", acompañados de flautas y tamboriles. En el campo escardillaban la sementera, recogían el algodón y el maiz, rozaban las malezas. "Y aunque trabajan como niños —explica Cardiel—, por ser tantos, hacen lo que muchas hormigas juntas, y son de mucho alivio".
Llegando a los 17 años —y las niñas a los 15— se estimaba conveniente que se casaran. A veces se celebraban en conjunto numerosos matrimonios, que se festejaban con músicas y danzas de hombres solos.
POBLACIÓN DE LAS MISIONES
Los 30 pueblos misioneros sumaron, en 1702, una población de 115.000 habitantes.
Merece citarse entre ellos el pueblo de Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, fundado en 1627, famoso por su escuela musical. En él nació San Martín en 1778, treinta y nueve años antes de que los portugueses lo incendiasen y destruyesen definitivamente. La misión de San Ignacio Miní que el P. Ruiz de Montoya había trasladado desde el Guayrá, se estableció en 1631 y los portugueses la destruyeron en 1819. Tiene ya celebridad por sus notables ruinas, que se están restaurando y que han sido declaradas monumento histórico nacional.
CULTURA JESUÍTICA
El admirable desarrollo de las misiones trascendió fuera de ellas, caracterizando un ciclo de sorprendentes realizaciones. Matemáticos y geógrafos, naturalistas y médicos, historiadores, arquitectos y músicos eximios, jerarquizaron a su época con una labor de vastísimos alcances (Furlong, "Los Jesuítas y la Cultura Rioplatense"). Las artesanías, artes gráficas y bellas artes —en cuya enseñanza se destacaron los misioneros alemanes e italianos— fueron cultivadas por los indios, que demostraban excelentes aptitudes, especialmente para la música y la danza. "Son muy hábiles en todos los trabajos de mano —afirma Betschon— porque lo que ven una vez lo remedan con maestría. En todas las clases de oficio hay entre ellos algunos notables artistas, como pintores, escultores, etc."
LA RUINA DE LAS MISIONES
A semejanza de otros gobiernos europeos, Carlos III expulsó a los jesuitas de sus dominios, por Real Cédula del 27 de febrero de 1767: medida drástica que precipitó a los 30 pueblos jesuíticos en un empobrecimiento y despoblación que los condujo a su ruina; cerrándose así un ciclo de pujanza inigualada que la Compañía de Jesús había logrado en 160 años.
A. Cánovas del Castillo, Historia general de España
Fuente Consultada: Instituciones Políticas y Sociales de América hasta 1810 Irma Zanellato y Noemi Viñuela

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