sábado, 13 de junio de 2015

druidas

Magos y brujos en el imaginario colectivo, los druidas eran en realidad filósofos y teólogos. Gracias a su larga y exigente educación, adquirieron un prestigio sin igual en la antigua Galia
Por Jean-Louis Brunaux. Director de Investigación. Consejo Nacional de Investigación Científica, CNRS (París), Historia NG nº 121
En la Galia existen filósofos y teólogos respetados a un grado máximo, llamados “druidas” [...] Se les considera como los hombres más justos [...] A menudo reflexionan acerca de los astros y su movimiento, del tamaño del mundo y de la Tierra, del poder de los dioses inmortales y sus aptitudes; transmiten a la juventud todo este saber». Con estas palabras de admiración se refería a los druidas galos uno de los mayores sabios de la Antigüedad, el filósofo Posidonio de Apamea. Tras haberlos conocido de primera mano en un viaje que realizó a la Galia en el año 100 a.C., Posidonio redactó un informe en el que describía a los druidas con palabras griegas inequívocas, como «filósofo» o «teólogo», lejos de la confusa y hoy en día popular imagen que ve a los druidas como sacerdotes de una religión ancestral, magos o incluso hechiceros. Esta opinión no tiene nada de excepcional. Desde el siglo IV a.C., diversos autores griegos utilizaron el mismo término de «filósofos» para referirse a los druidas de la Galia, dándoles de este modo el mismo estatus que tenían los «magos» para los persas. Incluso se preguntaban si los druidas no estaban más avanzados en cuanto a sabiduría. ¿Acaso practicaron la filosofía antes que ellos?
En esa época, el término «druida» ya se conocía en las orillas orientales del Mediterráneo: servía para referirse a «aquellos que mejor ven y perciben lo que vendrá; los que adivinan». En Grecia se comparaba a los druidas con los pitagóricos, los discípulos del gran filósofo y matemático Pitágoras; ambos grupos conformaban, en cierto modo, sectas cerradas, elitistas, que cultivaban el secretismo y prohibían poner por escrito sus enseñanzas, transmitidas oralmente. Al igual que los pitagóricos, los druidas creían en la existencia de un alma inmortal, llamada a reencarnarse perpetuamente. Compartían la predilección por el estudio del universo y los números. Las dos escuelas profesaban una filosofía cuyo objetivo era lograr que las relaciones entre los hombres fueran más armoniosas, dato que presagiaba su intervención en asuntos políticos. Algunos creían que los druidas fueron alumnos del mismo Pitágoras, y otros que éste fue alumno suyo. Lo más probable es que ni Pitágoras ni los druidas hayan tenido jamás contacto, aunque es posible que los colonos foceos establecidos en Marsella hubieran servido de intermediarios entre ambas escuelas. Con todo, los sabios galos fueron considerados grandes intelectuales tres o cuatro siglos antes de la conquista romana de la Galia.

El origen de los druidas

¿Cómo pudieron aparecer los druidas de forma tan precoz en ese mundo galo que nos parece tan oscuro y arcaico? La comparación con las demás civilizaciones de las orillas del Mediterráneo nos aporta una explicación. Aquí y allá hubo entonces hombres que se dedicaron al estudio astronómico, probablemente con una finalidad adivinatoria. Lo mismo hicieron los druidas, que muy pronto pudieron crear un calendario basado en el doble recorrido del sol y de la luna. Tal realización fue el resultado de una constante observación de los astros durante siglos, una práctica que los familiarizó primero con el cálculo, luego con la geometría y, por último, con las ciencias en general. Todos estos conocimientos hicieron que, en un mundo dominado por unas élites aristocráticas ocupadas en hacer la guerra, se considerara a los druidas como grandes sabios que debían ser respetados y escuchados. Fue así como, a partir del siglo V a.C., los druidas alcanzaron una posición preeminente en los asentamientos galos. Así lo atestiguaba el filósofo Dion Crisóstomo: «Los druidas dominan el arte adivinatorio así como todas las ciencias. Los reyes no pueden tomar decisiones sin su consentimiento. También cabe decir que ellos son los que mandan y que los reyes son sus ministros, los servidores de su sabiduría; éstos se sientan sobre tronos de oro, viven en hermosas casas y gozan de suntuosos banquetes». 
Entre el siglo V y II a.C., el paisaje de la Galia se transformó por completo. Carreteras y vías fluviales la atravesaron en todas direcciones, y la agricultura y la ganadería se desarrollaron de forma espectacular, así como la artesanía sobre madera y la metalurgia. En este desarrollo tuvo mucho que ver la influencia griega, a través de los comerciantes y colonos que llegaron a las costas de la Galia, hasta tal punto que los galos llegaron a ser conocidos por sus vecinos como «filohelenos». Fue una «edad de oro» en la historia de la Galia, una época mítica en la que los sabios druidas gobernaban la comunidad si no políticamente, sí espiritualmente.

Druidas, vates, bardos...

Aquélla fue precisamente la razón de que el filósofo y científico griego Posidonio de Apamea quisiera visitar la Galia en torno al año 100 a.C. Posidonio llevó a cabo una serie de investigaciones geográficas, históricas y meteorológicas, pero sobre todo afirmó haber conocido a los druidas, de los que dejó una descripción muy precisa. Aunque no se ha conservado el original de su obra, ésta fue copiada o resumida por Julio César, Diodoro de Sicilia y Estrabón. Sabemos así que, además de los druidas, existían otras dos órdenes de religiosos que se ocupaban de los asuntos sagrados. De las dos, los bardos eran los más conocidos. En su origen, estos poetas inspirados cantaban sus obras mientras tocaban una lira de siete cuerdas que producía una cautivadora música melódica. Su palabra era sagrada, incluso se consideraba que estaba directamente inspirada por los dioses, y disponían de un poder considerable sobre la población.
Los bardos actuaban como auténticos censores de la sociedad, dedicaban elogios a algunos personajes y les ayudaban a ocupar cargos políticos, mientras que a otros les dirigían crueles sátiras que podían acabar con sus carreras. Los druidas, que reivindicaban el conocimiento exclusivo de los dioses y del universo, los consideraban sus rivales y se enfrentaron a ellos, al parecer con cierto éxito: cuando Posidonio viajó a la Galia, los bardos ya no eran más que bufones a sueldo de unos cuantos aristócratas adinerados. Los vates, por su parte, llamados «ovates» o «eubagos», constituían una tercera orden religiosa entre los galos. De origen muy antiguo, practicaban la adivinación mediante el sacrificio de animales e incluso a veces de seres humanos. Pero los druidas también los fueron suplantando progresivamente. Es probable que los vates se dedicasen más tarde a oficiar el culto público.
Así pues, los druidas pretendían ser los únicos intermediarios entre los hombres y los dioses. Como inventores del calendario, eran ellos quienes decidían las fechas de las fiestas religiosas; como teólogos, sólo ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos y la manera de honrarlos. Esa posición clave en la práctica del culto les permitió impulsar una profunda reforma de la vida religiosa en la Galia antes de la conquista romana

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