Dance with dragons
Tras unas semanas de digestión, y es que la comida es bien copiosa, creo que me encuentro ya en condiciones de decir alguna cosa sobre “A Dance With Dragons”, quinto volumen en la saga que todos conocemos, “Canción de hielo y fuego”, y penúltimo paso cara su ansiada conclusión en el séptimo capítulo: “A Dream of Spring”.
Y sucede… Sucede que uno se encuentra, como suele ser común en las grandes obras, con una moneda. La cara es hablar largo y tendido, llenar un volumen, tal vez no tan extenso como Martin, pero, desde luego, no ligero, desgranando al detalle su estructura, técnica narrativa, etopeyas y el largo etcétera de complejos mecanos que conviven, en (casi) imposible equilibrio, en una novela. La cruz, limpiarse los labios, carraspear y soltar un: «Gracias, Mr. Martin». Y a esperar al siguiente plato.
Así que lancemos la moneda. ¡Ahí va! Vaya… Ha caído de canto… Parece ser entonces que tendré que quedarme a medio camino de la cara y la cruz, y afrontar una reseña (lo más libre de spoilers posible) de un tamaño más legible digitalmente sin resultar telegráfica.
Pues bien, todas las constantes ya conocidas por los lectores de la saga (y concibo este comentario para aquellos que al menos se hayan leído algunos de los libros) se mantienen. Y se potencian. Podríamos decir, redundando, que se potencian a la enésima potencia.
Hagamos algunos números. Tenemos dieciséis personajes narradores. Dieciséis. Esto deja casi en ridículo a cualquiera de los libros anteriores (incluyendo el nutrido casting de “Festín de cuervos”). Tenemos una extensión total por encima de las 400000 palabras (restando prólogos y epílogos, sobre un “El señor de los anillos”). Y tenemos el mayor número de ambientaciones vistas hasta el momento: Los Siete Reinos más el Muro, Pentos, los mares y Las Ciudades Libres. Además, los tenemos (exceptuando los Siete Reinos, que ya los conocíamos bien) explorados en un detalle infinitamente superior al de anteriores volúmenes.
Es decir, que nos hayamos con la novela más compleja y ambiciosa de toda la saga, una que tras su lectura hace más perdonable el inefable retraso acumulado por el bueno de George en su escritura.
Ahora bien, números aparte, ¿valió la pena la espera? Rotundamente: Sí.
Cuestiones clave como el Cuervo de los Tres Ojos, la veracidad o no de Stannis como Portador de la Luz, la naturaleza warg de los Stark y, el punto culminante, la danza con los dragones, son contestados. Pero lo importante es el cómo. Martin teje y teje y teje y consigue que el tapiz no encuentre una sola falla de tempo, un solo instante de desfallecimiento y no se equivoca jamás en relatar, con su característica visión doble (a vista de pájaro con la trama y en primera persona para cada uno de los narradores), la verdad de la historia y no su mecanicismo.
Además, “A Dance With Dragons” es el libro más variado de la saga. Ya no sólo porque se desarrolle en el mayor número de ambientes, sino porque sus personajes, aunque su número pueda parecer excesivo, elevan al epítome esa sensación de verdadera Historia con mayúsculas vivida, como siempre se vive la Historia, por personajes ciegos al gran dibujo. Solo nosotros, afortunados lectores, podemos ver el tapiz completo.
Pero el ideal de variatio aplicado por Martin va más allá de tener personajes (en lo espacial) estáticos (Jon y su muro y Daenerys y Meereen, por ejemplo) y dinámicos (por antonomasia, Tyrion, cuyo arco argumental bien merecerá la pena leer, a saga conclusa, como novela picaresca independiente de extraordinaria calidad) o de distinta condición. Va en el sabor que otorga a cada punto de vista, en cómo especia los párrafos dependiendo de quién cargue la narración. Va en ese «silenciosa como una sombra», «yo seré una niña que nada sabe sobre la guerra, pero…» o en «hedor, hedor, rima con dolor». De este último, si no lo han leído, aún no saben nada. Pero ya sabrán.
Cabe advertir también que es el libro más duro de la saga (sobre todo con un personaje, ese Hedor, Reek en el original, al que mencioné en el párrafo anterior). A Martin nunca le ha temblado la mano en ninguna de las facetas de su novela. Pero si hay una en la que destaca por no tener piedad es en el sino de sus personajes. Las cosas adquieren una negrura ni siquiera comparable a los peores momentos de Tormenta de espadas, si bien es también la más equilibrada, al contar con los mejores pasajes de humor (Tyrion, siempre Tyrion) de lo que llevamos de epopeya.
En cuanto a la estructura temporal, debemos visualizar “A Dance With Dragons” partiendo de “Tormenta de Espadas” como origen y en paralelo a “Festín de cuervos”. Me explico de nuevo. “Tormenta de Espadas” es el gran río, el Amazonas por el que discurre, en un solo cauce, “Canción de hielo y fuego”. Ese cauce se parte en dos en los siguientes volúmenes, que corren paralelos; en un principio. Así, las primeras setecientas páginas (quizá alguna menos; hablo de memoria, pero creo que el capítulo que nos pone en kilómetro 0 post-“Festín de cuervos” es de Jaime) de “A Dance With Dragons” transcurren al mismo ritmo temporal que “Festín de cuervos”, pero mostrándonos lo que no habíamos visto. A partir de ahí, partida nueva, como suele decirse.
Además, Martin me ha vuelto a demostrar (y es que llevo mucho andado con él ya, tanto en Poniente como en otros territorios) que es un artista… «por accidente». Me explico. Martin comienza sus historias como un Harlan Ellison, un Stephen King o un Hemingway. «No me llame artista, llámeme artesano» podría ser el lema de cualquiera de los cuatro. Pero, y curiosamente a los otros les sucede también, de pronto se convierten en artistas. El artista es aquel, según yo lo entiendo, que alcanza un estado tan cercano al alma, a lo extra-mental, que en esos momentos es ciego a todo lo demás, lógica incluida. Pero el primero-artesano-luego-artista es doblemente gratificante (otro ejemplo, Clint Eastwood; o Spielberg), porque se ha pasado «currando» en las cañerías antes de sacar a relucir los diamantes. Y este largo párrafo por los cerros de Úbeda viene a colación de esta certeza que me asaltó al leer el último capítulo. No diré a quién corresponde, aunque sea mera cuestión de mirar el índice, ni daré pistas de qué se relata. Solo diré que en ese capítulo, Martin es solo artista, no artesano. El camino que le condujo allí fue el de la artesanía (y la mecánica para poder narrarlo). Pero lo narrado en sí, es arte.
Y punto finito. Sinceramente, casi lamento que cayera de canto. Con el “Gracias” bastaba.
Título: Dance with dragons
EDITORIAL: Bantam Spectra
ISBN: 0-553-80147-3
Autor: George R. R. Martin
Páginas: 1040
EDITORIAL: Bantam Spectra
ISBN: 0-553-80147-3
Autor: George R. R. Martin
Páginas: 1040
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