miércoles, 25 de marzo de 2015

viaje en motocicleta

Por: Jorge Landívar Roca

Desde muy joven fui amante del mundo del motor, especialmente de las motos. Es cierto que la libertad de movimientos y lo que se siente sobre una moto ofrece una experiencia única que, muchas veces, sólo entienden los motoqueros. El motociclismo es un deporte extremo sin lugar a dudas. Viajar en moto, siempre a ritmo constante y seguro, puedo hoy asegurar que cambia tu vida... es una pasión incontrolable. Al menos a mi me produjo este efecto ¿Y dónde está el placer? La adrenalina está en la conexión que tiene la moto con el medio ambiente. La experiencia de un viaje sobre dos ruedas, largo, difícil, lleno de infinitas cosas que ver y contar, no tiene precio. Varias horas dentro de un casco de protección obligan a reflexionar sobre muchas cosas de la vida, a tiempo de disfrutar plenamente la naturaleza. 
No es que las ganas de montar una moto decaigan con la edad. Nuestra vivencia en este deporte (de María Eugenia y mía) se inicia con un sueño postergado..., lo cierto es que existe un tiempo en el que la responsabilidad de la vida familiar, con hijos todavía en el colegio o la universidad, y la necesidad de realizar otros anhelos; no nos permitieron entregarnos a esta actividad situándola en una especie de latencia.
Sin embargo este sueño de aventura, de libertad igual al vuelo; impulsado por una imagen del verse con un traje de protección armado y en una motocicleta rodando por parajes inhóspitos y teniendo como destino el propio camino, solo concebido hasta el momento por la imaginación misma, se inicia cuando tenemos la oportunidad de adquirir una moto de gran cilindrada. La Harley Davidson, Classic de 1.340 c.c. aparece en el momento adecuado, reuniendo muchos factores y situaciones que en algún momento pude considerar impensables sucedieran y que más adelante sin mucho detalle explico. A la pregunta de qué tienen las Harley, casi todos responden lo mismo: «Es otro mundo, toda una filosofía diferente para disfrutar de la moto». Lo cierto es que existe una comunión muy especial con la máquina.
Al principio éramos motoqueros solitarios, las distancias recorridas no eran significativas. Sólo paseábamos por la ciudad y sus alrededores. El peligro de manejar una moto en el radio urbano requiere una atención urgente, activa, inmediata. Pienso que la experiencia de manejar una moto a conciencia en la ciudad requiere de tal nivel de concentración y atención que hacen que no sea descabellado analogarla al sereno acto de meditar. Mantener el equilibro a mínima velocidad es más difícil que hacerlo a una velocidad mayor. Salir de la Ciudad es la mejor experiencia para un motoquero de verdad. Cuando vas dejando la ciudad, vas dejando el olor a humo, vas dejando los tumultos, en definitiva, vas dejando la cotidianeidad... La sensación que vas sintiendo es de independencia. Al principio es un suave cosquilleo en el estómago, que rápidamente se trasforma en placer y olor a libertad.
Pasó algún tiempo hasta que casualmente una visita a Herman Algarañáz, experimentado motoquero, sirvió para que me invitase a integrar el grupo de motociclistas acostumbrados a organizar viajes dentro y fuera del país. Me enteré así que al mismo pertenecían Lucho Lavayén y Jorge Arrien a quienes conocía desde muchacho. Supe después de la presencia de connotados motociclistas como Sergio Marchett, Kurt Bush, Luis Nostas, Jorge Laguna, Jorge Castedo, Guido Capriles, Pepe Abuawad, Eduardo Mur, Beto Alvarez, Oscar, Marco y Mario Foianini.
Nuestro bautizo fue un viaje a Salta-Argentina. Había que recorrer algo así como 2.500 Kms. Mi esposa era la más entusiasta. Debo confesar que yo era el más nervioso. Todos, quienes nos invitaron y animaron, llenos de solidaridad y tolerancia con nuestra inexperiencia nos aconsejaron sobre las cosas que deberíamos tener en cuenta en esta primera aventura. Lo primero que se nos advirtió fue que en estos viajes estamos expuestos a las inclemencias del tiempo, por lo que era muy importante disponer de un traje para agua y que era indispensable asegurarse que los cascos de seguridad se encuentren en perfecto estado. De igual manera nos sugirieron la ropa que deberíamos vestir durante el trayecto, optando por prendas acolchadas que ofrezcan protección ante las caídas; así mismo las infaltables coderas y rodilleras, accesorios que en la carretera son los elementos de seguridad de los motociclistas.
Otro aspecto que nos recomendaron no pasar por alto, fue el de repartir correctamente el equipaje a llevar, de modo que el peso quede perfectamente balanceado. En las motocicletas se pueden guardar cosas en el portaequipajes, que suele ir en la parte trasera.
Las anécdotas de este primer viaje aún hoy siguen frescas en mi memoria. Lo que rápidamente aprendí es que en ruta no conviene ir ni muy rápido ni muy despacio. La regla de oro es conservar una velocidad no menor a 120 Km/h ni mayor a 140Km/h. Luego de esta travesía participamos de otras que nos obligaron a hacer una pausa en la rutina diaria; sólo para estar ahí, sin ninguna pretensión ni ganancia más que la sola experiencia y un desafío que asumir. Fuimos al Lago Titi Caca, a La Paz, a Cochabamba y hace poco tiempo nuevamente a la Argentina, esta vez a Tucumán, invitados por el Moto Club de aquella provincia.
En alguna otra oportunidad me gustaría compartir algunas impresiones y secretos de estos viajes en cuanto a ruta y motociclismo y en especial a ese compañerismo y amistad que se cultiva alrededor de estas máquinas. Aspectos que pueden en algún momento resultar útiles para quienes se decidan a participar en futuros magnos periplos y se aventuren a desarrollar esta pasión que es todo una prueba existencial.
También hoy espero que el futuro me consienta haber dado rienda suelta a este capricho, que suena un tanto excéntrico matizado con el romanticismo de la idea misma y me permita continuar por ese indescifrable sendero. Estoy consciente de que el tiempo pasa y que la responsabilidad es ineludible, pero ello será más tarde, mientras tanto me permito en este momento la irresponsabilidad que ello amerita. 
Es que la sensación de viajar en motocicleta, es una de las mejores experiencias que el espíritu puede tener. Dos ruedas, pasión por la velocidad y sensación de libertad son los ingredientes de una forma de recorrer distancias que gana adeptos en cada kilómetro; aventura para algunos, estilo de vida para otros. 

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