miércoles, 11 de marzo de 2015

caballo de troya

Caballo de Troya

Detalle del Vaso de Mikonos (Museo Arqueológico de Mikonos, Grecia), del siglo VII a. C. Se trata de una de las más antiguas representaciones del caballo de Troya.
El caballo de Troya fue un artilugio con forma de enorme caballo de madera que se menciona en la historia de la guerra de Troyay fue usado por los griegos como una estrategia para introducirse en la ciudad fortificada de Troya. Tomado por los troyanos como un signo de su victoria, el caballo fue llevado dentro de los gigantescos muros, sin saber que en su interior se ocultaban varios soldados enemigos. Durante la noche, los guerreros salieron del caballo, mataron a los centinelas y abrieron las puertas de la ciudad para permitir la entrada del ejército griego, lo que provocó la caída definitiva de Troya. La fuente más antigua que menciona el caballo de Troya, aunque de manera breve, es la Odisea de Homero. Posteriormente otros autores ofrecieron relatos más amplios del mito, entre los que destaca la narración que recoge la Eneida de Virgilio.
Por lo general, el caballo de Troya es considerado una creación mítica, pero también se ha debatido si realmente pudiera haber existido y fuera una máquina de guerra transfigurada por la fantasía de los cronistas. De cualquier manera, demostró ser un fértil motivo tanto literario como artístico, y desde la Antigüedad ha sido reproducido en innumerables poemas, novelas, pinturas, esculturas, monumentos, películas y otros medios, incluidos dibujos animados y juguetes. Asimismo, en épocas recientes, se han hecho varias reconstrucciones hipotéticas del caballo. Aunado a ello, ha dado origen a dos expresiones idiomáticas: «caballo de Troya»; es decir, un engaño destructivo, y «presente griego», algo concebido como aparentemente agradable pero que trae consigo graves consecuencias.

Fuentes literarias[editar]

El caballo de Troya es mencionado por primera vez en varios pasajes de la Odisea de Homero. Una de las veces sucede en el palacio de Menelao, quien ofrece un banquete de bodas para su hijo y su hija, que se casaban al mismo tiempo. En medio de la fiesta, llega Telémaco, quien buscaba noticias de su padre y toma asiento al lado de Menelao, acompañado de Pisístrato. Posteriormente, entra en la sala Helena. El grupo, entristecido, comienza a recordar la guerra de Troya, cuando Helena toma la palabra y cuenta sus recuerdos de la misma. Entonces Menelao confirma lo que ella había dicho, hablando del caballo:
Sí, mujer, con gran exactitud lo has contado. Conocí el modo de pensar y de sentir de muchos héroes, pues llevo recorrida gran parte de la tierra: pero mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón de Odiseo, de ánimo paciente, ¡Qué no hizo y sufrió aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada madera, cuyo interior ocupábamos los mejores argivos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste tú en persona —pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos— y te seguía Deífobo, semejante a los dioses. Tres veces anduviste alrededor de la hueca emboscada tocándola y llamando por su nombre a los más valientes dánaos y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los argivos.
Homero, Odisea IV, 265-290.
En otro pasaje, Odiseo pide al aedo Demódoco que narre la historia del caballo de Epeo creado con la ayuda de Atenea. El aedo contó el episodio desde el punto en que algunos argivos habían prendido fuego a sus tiendas de campaña y partido en sus buques, mientras que otros, entre los que estaba Odiseo, esperaban escondidos en el interior del caballo. Los troyaron llevaron el caballo dentro de su fortaleza, donde permaneció mientras decidían qué hacer con él. Unos deseaban destruirlo; otros querían llevarlo a lo alto de la ciudadela y precipitarlo sobre las rocas, mientras que otros preferían conservarlo como una ofrenda a los dioses. Optando por esta última alternativa, sellaron su destino:4
—¡Demódoco! Yo te alabo más que a otro mortal cualquiera, pues deben de haberte enseñado la Musa, hija de Zeus, o el mismo Apolo, a juzgar por lo primorosamente que cantas el azar de los aqueos y todo lo que llevaron a cabo, padecieron y soportaron como si tú en persona lo hubieras visto o se lo hubieses oído referir a alguno de ellos. Mas, ea, pasa a otro asunto y canta como estaba dispuesto el caballo de madera construido por Epeo con la ayuda de Atenea; máquina engañosa que el divinal Odiseo llevó a la acrópolis, después de llenarla con los guerreros que arruinaron a Troya. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos los hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto.

Así habló y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que éstos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.
El caballo estaba en pie, y los teucros, sentados a su alrededor, decían muy confusas razones y vacilaban en la elección de uno de estos tres pareceres; hender el vacío leño con el cruel bronce, subirlo a una altura y despeñarlo, o dejar el gran simulacro como ofrenda propiciatoria a los dioses; esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tuviera dentro aquel enorme caballo de madera donde estaban los más valientes argivos, que causaron a los teucros el estrago y la muerte.

Cantó cómo los aqueos, saliendo del caballo y dejando la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelsa urbe, mientras que Odiseo, cual si fuese Ares, tomaba el camino de la casa de Deífobo, juntamente con el deiforme Menelao. Y refirió cómo aquél había osado sostener un terrible combate, del cual alcanzó Victoria por el favor de la magnánima Atenea.
Homero, Odisea VIII, 490.
Más tarde, cuando el propio Odiseo se encuentra en el Hades buscando el consejo de Tiresias sobre su regreso a Ítaca, encuentra al fantasma de Aquiles, a quien le habla sobre su hijo, Neoptólemo:
Y cuando los más valientes argivos penetramos en el caballo que fabricó Epeo y a mí se me confió todo —así el abrir como el cerrar la sólida emboscada—, los caudillos y príncipes de los dánaos se enjugaban las lágrimas y les temblaban los miembros; pero nunca vi con estos ojos que a él se le mudara el color de la linda faz, ni que se secara las lágrimas de las mejillas: sino que me suplicaba con insistencia que le dejase salir del caballo, y acariciaba el puño de la espada y la lanza que el bronce hacía ponderosa, meditando males contra los teucros.
Homero, Odisea XI, 504-533.
Sinón es llevado ante Príamo, grabado en el Vergilius Romanus.
Otros poetas antiguos también hicieron mención al caballo: Arctino de Mileto, en su Iliupersis, y Lesques, en la Pequeña Ilíada, pero sus obras originales se han perdido y sobreviven solo breves fragmentos y resúmenes en la Crestomatía, de Proclo.6 Una referencia adicional se encuentra en la tragedia Las troyanas de Eurípides, cuando Poseidón dice:
El focense Epeo del Parnaso ensambló, por las artes de Palas, un caballo henchido de hombres armados e introdujo la mortífera imagen dentro de los muros. De aquí recibirá entre los hombres venideros el nombre de caballo de madera, encubridor de lanzas escondidas.
Eurípides, Las troyanas, 10.
Sin embargo, el relato más detallado se encuentra en el libro II de la Eneida de Virgilio. Durante el banquete, Eneas relata a Dido cómo fue que después de la falsa retirada de los griegos, viendo la playa desierta, los troyanos abrieron las puertas de la ciudad y entraron el enorme caballo: Timetes había propuesto llevarlo dentro de los muros, pero Capis y otros temieron una trampa, reconsiderando que lo mejor sería quemarlo, o al menos averiguar lo que tenía en sus entrañas.5 Mientras la multitud estaba debatiendo qué hacer, el sacerdoteLaocoonte corrió hacia el lugar para advertir:
¡Qué locura tan grande, pobres ciudadanos! ¿Del enemigo pensáis que se ha ido? ¿O creéis que los dánaos pueden hacer regalos sin trampa? ¿Así conocemos a Ulises? O encerrados en esta madera ocultos están los aqueos, o contra nuestras murallas se ha levantado esta máquina para espiar nuestras casas y caer sobre la ciudad desde lo alto, o algún otro engaño se esconde: teucros, no os fieis del caballo. Sea lo que sea, temo a los dánaos incluso ofreciendo presentes.5
Eneida, Virgilio, Libro II.


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