domingo, 22 de marzo de 2015

ah esa hora de la madrugada escrito por un gran artista

A esa hora de la madrugada, tres de la mañana, aproximadamente, hace mucho frío y, especialmente en aquella noche a la cual se le añade una densa neblina.
Mario Catrilef está acostumbrado. Piensa en su mujer, la dulce Isabel y prosigue con su labor. Los vaivenes a los que está sometido no le preocupan. A veces, esos vaivenes o movimientos son más y más bruscos, pero Mario no se detiene ni siente temor. El único temor que tiene es no poder darle el sustento a sus cuatro hijos, pequeños aún, que a esta hora duermen plácidamente en su humilde morada en Puerto Saavedra.
Mario tiene tiempo para pensar y repensar lo pensado. Hay cosas que no entiende, pero su carácter sencillo le impide rebelarse. No es que sea sumiso, pero antepone, ante todo, el deber para con su familia.
Salió a las doce de su casa. Ya lleva más de cuatro horas en la inmensa soledad del océano. Mario es paciente. Sostiene con fuerza la caña y con un a mano revisa la pequeña red. Sabe que con dos corvinas más que pesque tendrá alimentos y dineros para un par de días. Isabel Quinchahual, su esposa y polola eterna, podrá por fin comprarse ese vestido de tonos azules y verdes que vio en el Mercado de Temuco. Mario sonríe... Él es así, a pesar de trabajar en la vasta soledad, no pierde la esperanza de un destino mejor. Trabajará hasta la seis y regresará para el desayuno que le tendrá preparado Isabel. En la inmensa soledad acuática Mario ríe. Sí, ríe, porque a pesar de su soledad es feliz... ¡Mario, no crean, ustedes, no es un hombre que no piensa! Sabe con certeza que las cosas caen por su propio peso y sabe que la soledad de todas sus noches alguna vez se acabará...

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