Una mano surge de la parte inferior del encuadre con un lápiz entre los dedos. Enfrente, un papel en blanco que, poco a poco, se va llenando de dibujos que acompañan la narración en voz en off de un cuento tradicional. En efecto, estamos ante un dibujante pero también ante dos dibujos: la animación que es El séptimo enanito y aquel que la mano animada lleva a cabo frente a nosotros. Dos formas de animar que se funden en una sola secuencia; dos formas de narrar cuentos que se topan en una película.
Podría parecer que El séptimo enanito profana la tumba de los cuentos clásicos, pero si atendemos al origen oral de la tradición, la película vendría a recuperar la costumbre ancestral de versionar las historias para adecuarlas a las situaciones. Así, nos encontramos en el filme adaptaciones actualizadas de los personajes tradicionales, desde Cenicienta y el Gato con Botas hasta los propios enanitos protagonistas, pero también hallaremos añadidos narrativos que enriquecen la tradición: un homenaje al bullet time de Matrix, frases de Los tres mosqueteros o personajes con parecidos razonables a ciertos raperos actuales.
No estamos exactamente en la escuela de Shrek ni en la de James Finn Garner con sus “Cuentos infantiles políticamente correctos” (obras que dan cierto giro a la visión tradicional de los cuentos); estamos ante una blasfemia sobre la herencia de los hermanos Grimm y, si gusta, también la de Disney. El séptimo enanito no responde a la canonización sino que se mueve libre por sus referentes, no con una fantástica animación gráfica pero sí que con el espíritu gamberro de quien se sabe arropado por la buena asimilación de toda una tradición.
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