Lado B: una mirada distinta sobre la campaña "Ni una menos"
La consigna "Ni una menos" fue un éxito y sumó a figuras de todos los ámbitos, más allá de hipocresías, oportunismos y baños de corrección política. Pero ¿cuál será la eficacia de la convocatoria contra los femicidios? ¿Logrará incrustar un cambio en la conciencia de un país?
Por Lucas Asmar Moreno
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Tiempo atrás estuvo de moda tirarse baldazos de agua helada. Quienes lo hacían nominaban a otras personas para que lo repitan. Se logró un insólito efecto dominó; famosos y anónimos se divertían en un carnaval ártico que terminó fastidiando a los propulsores de la campaña. Se supone que el objetivo era concientizar sobre lo que sentían los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica y recaudar fondos. El éxito mediático fue inversamente proporcional al fracaso solidario.
El 3 de junio una multitud histórica marchará en la Argentina con la consigna “Ni una menos”. Está garantizado. La adhesión ya es desproporcionada y unánime. Las calles del país se desbordarán. La cobertura mediática será exhaustiva. La atmósfera se cargará de una solemnidad simpática y la marcha se desarrollará en armonía, sin paraguas, con algunos exabruptos teatrales pero inofensivos.
Es interesante imaginar qué pasaría si deciden salir a la calle personajes comoAlberto Samid, Miguel Del Sel, “la Mona” Jiménez, Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand, Diego Maradona, Nik o el fantasma de Gerardo Sofovich.
O más interesante es imaginar cómo será la cara de póker que pondrá Malena Pichot, quien hoy blande un estandarte que, según malintencionados fundamentalistas, se contradice con lo que pensaba sobre la violencia domésticaaños atrás. Su caso es bastante representativo.
En un tuit escrito el 25 de diciembre de 2010, Pichot expresó que “Si tu perfil de Twitter tiene alguna de estas palabras: ‘curiosa, charlatana, conchuda, soñadora, neura, inmadura’, merecés violencia doméstica”. Recordemos que Pichot ganaba popularidad por los videos de “La loca de mierda”. Esta frase agresiva y estigmatizadora se la profirieron a ella, quien decidió apropiársela con fines paródicos y medicinales.
Sus videos en YouTube exponen los desastres de una separación afectiva y cuestionan por qué todo debe ser enredado y doloroso. Con un humor ácido, Pichot ponía en jaque los estereotipos femeninos, incluyéndose. Se reía y problematizaba lo que implica ser mujer en nuestra era. Su tuit navideño no sólo tuvo consonancia con su performance youtuber, también fue un puntapié para crear a la Malena Pichot contemporánea, una menos graciosa pero más existencialista.
Quien resiste un archivo es un petrificado neuronal. Los sujetos nunca hablan por sí mismos: quedan atravesados por factores históricos, discursos múltiples y contradictorios que circulan y modelan la opinión pública, generando a la larga una rectoría moral. La libertad de expresión se reduce a explicaciones sintomáticas por frases que se escaparon de un yo prehistórico, desactualizado o incomprendido. Mirtha, la octogenaria, fue un caso reciente.
Es lógico que se multipliquen los cartelitos con hashtags. Subliminalmente incitan a tener una cuenta de Twitter, pero en su inmediatez revisten a quienes están en la foto de una impecable corrección política. Todo discurso emergente, al impregnarse rápidamente en el aire, se banaliza, convirtiéndose en una cáscara vacía.
Los autorizados señalan hipocresía en fotos de famosos o aberraciones en dibujantes oportunistas, creando con tanta rosca semántica un clima violento para una campaña de naturaleza antibélica. Si esta marcha buscaba explotar socialmente, su éxito es rotundo y nadie puede quejarse. Si busca incrustar en la conciencia de un país la injusta heteronormatividad sexista del patriarcado poscapitalista, tal vez requiera de más tiempo y paciencia.
Hace muchos siglos, dos premisas se establecieron en el imaginario occidental: que asesinar es feo y que el amor es hermoso. Estos amables reduccionismos serán el motor para que los menos interiorizados en la dialéctica del sexo se manifiesten en las calles el 3 de junio. Eros y Thánatos se darán una tregua y quizá, quién sabe, empiece a colarse la ilusión de que al deseo no le interesa la diferencia entre los géneros.
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